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Un nuevo urbanismo
¿UN NUEVO URBANISMO? (I)
Teoría, ética y política para una reflexión sobre el urbanismo en la coyuntura actual
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| Iker Eizagirre |
En esta serie de tres artículos reflexionaremos sobre el urbanismo (como ámbito de saber diferenciado y como práctica en el “hacer ciudad”), así como de las “profesionales” llamadas a ejercerto (urbanistas). Trataremos de hacerlo dentro de la fase histórica actual (globalización neoliberal) y por tanto desmenuzando algunas cuestiones éticas y políticas del urbanismo.
Palabras clave: ciudad, urbanismo, política, étcia, justicia social.
1.El urbanismo frente a los retos actuales
Vivimos en una coyuntura de preguntas fuertes y débiles respuestas reflexiona de Sousa Santos (2010). Pareciera que el urbanismo, como ciencia práctica que pone el foco en “el estudio de los asentamientos humanos, desde una aproximación multi-disciplinar y se encarga de la elaboración de análisis y diagnósticos, para la compresión e intervención sobre el problema urbano” (Borja y Mayorga, 2018) la reflexión sería adecuada. Idoneidad, que se ve reflejada en la práctica, pues desde la densidad reflexiva e interdisciplinar del urbanismo se intuye una impotencia para generar herramientas en el campo de la urbanística. Para resolver, o por lo menos paliar los problemas que cotidianamente observamos en nuestras ciudades. Problemas que tienen una relación directa con el metabolismo urbano: desahucios, exclusión social, ghetización de espacios urbanos, inseguridad ciudadana, problemas de convivencia, congestión en la movilidad, huella ambiental, etc.
Los poderes globales constituidos, aseguran que estamos ante “la nueva era de las ciudades”. ¿Por qué? Porque se estima que para 2030 un 60% de la población mundial viva en las ciudades (y en especial en grandes megalópolis). Por ello, “los grandes problemas” de la humanidad residen en las ciudades, pero por ello también las grandes soluciones. Esta conexión automática es un simplismo fruto de una ideología desarrollista, que da como respuesta lo que debería de explicar. Se evita hablar de los procesos económicos subyacentes que determinan la estructura territorial en cualquier formación social históricamente determinada. Se evita hablar de capitalismo, y de como la fuerza motriz que mueve el sistema (la acumulación de capital) ha expulsado y atraído poblaciones enteras de aquí a allí, bien sea debido a crisis periódicas o momentos de crecimiento exacerbados que demandan mano de obra. También debido a invasiones, guerras y procesos de militarización encaminados a asegurar el control (directo o mediado por aliados políticos locales) de las materias primas y mercados. Se evita hablar del conjunto de infraestructuras, de capital fijo instalado, a lo largo del mundo para disminuir la fricción en estos procesos de acumulación [1]. Se cancela la discusión de como esta “segunda naturaleza” construida fija límites a los flujos poblacionales, formas de asentamiento y estructuras territoriales. Así, bajo una vulgata pseudo-científica se da por analizado lo evidente (que mucha gente vive en ciudades y más lo hará), y se naturaliza lo dado proclamando que es “la condición de nuestro tiempo” y así debemos amoldarnos a él. Desde las corrientes críticas de la “urbanización planetaria” y el “urbanismo provincializado” se desvela con claridad esta cualidad de la “ideología urbana” y se profundiza en los procesos sociales generales, las raíces que explican el porqué de esa concentración y las posibilidades reales de esa dialéctica problema/solución.
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No obstante, desarrollar el pensamiento crítico sobre el “problema urbano” (que es en última instancia parte del pensamiento critico, del estudio del capitalismo y formas de superarlo, a secas) y desvelar las falacias que se esconden en los discursos dominantes, no quita responsabilidad a la práctica urbanística [2]. Y es que lo estratégico y reflexivo no puede subsumir lo urgente e inmediato. El hecho objetivo de la concentración existe, y también las realidades de opresión, dominación y explotación a la que se someten grandes capas de la población en estos procesos. Por ello, el reto está ahí (hagamos la interpretación teórica que hagamos sobre los porqués y formas de afrontarlo) y el urbanismo (y las personas/colectivos/instituciones que conforman el proceso) están claramente interpeladas por la coyuntura histórica. Por ello se hace urgente la reflexión y renovación también en este campo.
Ahora bien, a nuestro juicio, su renovación debería comenzar asumiendo unos puntos de partida:
- Romper la ilusión de la autonomía del urbanismo: no es una esfera (ni teórica ni práctica) de los procesos sociales generales. Con cierta autonomía relativa, “la cuestión urbana” es expresión de la formación social capitalista, y su actual momento: la globalización neoliberal.
- Asumir un compromiso ético y político: ¿Urbanismo para qué? A nuestro juicio la dirección de la respuesta debe ir hacia la construcción de condiciones urbanas de justicia social. Lo cual implica urbanismo como palanca y prefiguradora de una sociedad emancipada, en la retaguardia de los movimientos sociales y políticos.
- Asumir el hecho de que el urbanismo está sujeto a contradicciones internas, de paradigmas e interese más mundanos: en la medida en que no es autónomo, es expresión de diferentes “sentidos comunes”. Por ello, se debe pelear dentro de la institución del urbanismo, el corpus y la práctica que responda al sentido común popular, emancipatorio.
- Que el urbanismo es también política porque “tiene su centro en la cosa pública, y el urbanismo es por esencia una acción pública, es la persona, los ciudadanos” (Borja y Mayorga, 2018) . El ciudadano no puede ser entendido como un sujeto pasivo, inerte, puro receptor y destinatario de las decisiones urbanísticas y se debe vincular con los sectores progresistas más conscientes de la ciudadanía organizada
- Que el urbanismo es técnica porque “la urbanística se lleva a la práctica a través de un conjunto de técnicas que, derivadas del urbanismo que sirven para la intervención urbana, que nos ayudan a sistematizar los procesos urbanos a fin de lograr una eficacia de la intervención urbana” (Borja y Mayorga, 2018) y por tanto si tiene autonomía relativa y debe ser conquistada para los fines de la justicia social
- Asumir en la práctica el hecho de que “el urbanismo es más proceso que estructura” y así reflexionar continuamente sobre qué tendencias se han de fomentar y cuales frenar. Esto no quiere decir abandonar la vocación estratégica de cambiar las estructuras que determinan el sentido final del proceso urbanístico
Pues al final de lo que se trata es de “saber identificar las problemáticas actuales, analizarlas, ponerlas en su contexto y proponer los objetivos y las técnicas necesarias para promover un proceso de cambio, proceso que se entiende urgente pero que está sujeto a una historia, a inercias, a conflictos y también a continuos choques de intereses” (Borja y Mayorga, 2018).
Y sumaríamos nosotros, desde el empoderamiento y acompañamiento técnico, ser participes facilitadores de la articulación de sujetos territoriales en las ciudades. Sujetos, autoconscientes, en constitución para sí. Pues solo así creemos posible transcender a escisión entre las necesidades urbanísticas de las habitantes y la “interpretación del urbanista”. Solo así podríamos acercarnos a la maravillosa reflexión de Unwin (1909): “Al reclamar facultades de planeamiento urbano, nuestras comunidades están buscando ser capaces de expresar sus necesidades, su vida y sus aspiraciones en la forma externa de sus ciudades, buscando si las hubiera, la libertad para convertirse en los artistas de sus propias ciudades, representando en un lienzo gigantesco la expresión de su vida” (Borja y Mayorga, 2018).
Esto nos vuelve a introducir en la cuestión de la ética y la política. Un momento necesario de la práctica urbanística.
NOTAS
[1] Con una bella metáfora Marx indicaba que el capital trata siempre de “aniquilar el espacio mediante el tiempo” (Harvey, 2011). En el medida en la que el tiempo es un factor fundamental en el proceso económico (recuperación de la inversión, comunicaciones, transporte de mercancías, etc.) las infraestructuras que acortan los tiempos de estos procesos ayudan a acercar lugares, minimizar obstáculos. Hasta hacer con las TIC a partir de los 80 el factor “espacio” un factor casi irrelevante para ciertas actividades económicas-
[2] Encerrarnos en esa tarea nos aleja de la realidad empírica, del conflicto urbano donde emerge la respuesta y la posibilidad de transformación. “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico (Marx, 2010)”. Además, la ética política exige sumergirse en la solución de problemas inmediatos de las capas populares urbanas, que no en pocas ocasiones enfrentan situaciones de precariedad vital y pobreza inaceptables, que también dificulta la posibilidad práctica de su implicación política. El enfrentar lo inmediato es además, la única forma de confrontar lo existente, generar antagonismo y así profundizar el nivel de conciencia de las clases populares. Siguiendo la terminología marxista, podríamos decir que es en combate donde es posible gatillar el paso de una clase “en si” a una “para si”. Y es que las clases sociales (y así las propuestas de sociedad alternativas como expresión idealizada de los anhelos de dicha clase), son una cuestión eminentemente práctica, arrancan, se definen y cohesionan en el enfrentamiento social. No son pre-existentes a este. En este sentido, la actual coyuntura post-fordista y el contexto urbano, si marca un terreno específico en las ciudades, donde el antagonismo de clases se expresa, es más evidente en determinadas cuestiones de la reproducción social (como la vivienda, el transporte, la conformación del espacio público o “la calle” la educación además de por supuesto la lucha por el control sobre el producto social (la lucha por el salario)). Lo que Borja denomina “el malestar urbano” es una atmósfera presente en muchas áreas urbanas, momento amorfo un tanto indefinido de esta contradicción social latente.
Por ello, “los grandes problemas” de la humanidad residen en las ciudades, pero por ello también las grandes soluciones. Esta conexión automática es un simplismo fruto de una ideología desarrollista, que da como respuesta lo que debería de explicar. Se evita hablar de los procesos económicos subyacentes que determinan la estructura territorial en cualquier formación social históricamente determinada.
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