¿UN NUEVO URBANISMO? (III)

Teoría, étcia y política para una reflexión sobre el urbanismo en la coyuntura actual

| Iker Eizagirre |

En esta serie de tres artículos reflexionaremos sobre el urbanismo (como ámbito de saber diferenciado y como práctica en el “hacer ciudad”), así como de las “profesionales” llamadas a ejercerlo (urbanistas). Trataremos de hacerlo dentro de la fase histórica actual (globalización neoliberal) y por tanto desmenuzando algunas cuestiones éticas y políticas de del urbanismo.

Palabras clave: ciudad, urbanismo, política, ética, justicia social

3.Malestar urbano, contradicción y construcción: reflexionando desde el barrio de San Miguel de Irun

Siendo coherente con lo expuesto, la reflexión anterior nace de la práctica social por un lado (como parte de movimientos que podrían encuadrarse sin problemas en el “derecho a la ciudad”) y la práctica profesional que tratamos de realizar articuladamente desde la cooperativa Hiritik At. Cooperativa nacida en el centro social autogestionado “Lakaxita” (arrebatado a la especulación capitalista para generar alternativas), y que tienen Irún como principal ámbito de actuación. Desde ahí pues pretendemos reflexionar sobre el malestar urbano primero, y sobre las tendencias contradictorias al interior del proceso urbano después. Por no perdernos en la generalidad, y por la economía política del espacio disponible nos centraremos en el barrio de San Miguel. Barrio producido al amparo del Tren, con gran concentración histórica de población migrada, hábitat de familias de clases populares y en el que en la actualidad se está desarrollando el “Plan de Barrio San Miguel_2025”. Intento de generar una escala de planificación popular, una escala por debajo del PGOU, y que permita aglutinar (las reivindicaciones y agentes sociales) el barrio, bajo una agenda común y factible.

Dicha iniciativa nace desde luego de un “malestar”, que en muchos aspectos puede categorizado como “malestar urbano”. A saber:

• Sensación de eterna periferia: El barrio está yuxtapuesto a lo que podría ser considerado como “ciudad compacta”. La distancia física es pequeña, pero la urbanística, social y simbólica es muy grande. La sensación de que “Irun acaba en el puente de Txanaleta” está muy arraigada tanto dentro del Barrio, como fuera. Inmigrantes fueron la mayoría de sus primeros pobladores (llegados en la segunda mitad del XIX a construir el paseo de Colón y el Tren), inmigrantes los que le dieron su forma moderna (inmigración masiva del resto del estado 50-70s) y inmigrantes globales hoy, mucha de la nueva población que se asienta en el barrio (principalmente latinoamericanos y magrebíes).

• Impotencia del Ayuntamiento: La AVV con razón, interpela al ayuntamiento en muchos compromisos urbanísticos adquiridos, y sin ejecutar. Pero existe mucho malestar en aspectos, que siendo sinceros el ayuntamiento si bien ayudar, no tiene poder para cambiar de forma radical. Tal es el caso de la decadencia del pequeño comercio (elemento fundamental en el barrio, económica e identitariamente), la convivencia intercultural, el paro, o la sensación se seguridad. Elementos vinculados a la urbano, que conectan con dinámicas de acumulación capitalistas que transcienden por mucho la capacidad del ayuntamiento.

• Xenofobia: Este malestar repliega a la comunidad, la disuelve y se crean las condiciones para la alienación mutua, la indiferencia generalizada, el desconocimiento del vecino/a y la desconfianza. Si a esto se le suma el componente de la raza, aparece el racismo, como telón de fondo de explicaciones para la inseguridad o la degradación del barrio. Como sabemos, existen dinámicas que se dan a escala supramunicipal que explican muchas de las situaciones a mejorar, pero ante la dificultad de interpretar dinámicas tan complejas y escindidas del espacio/tiempo vivido, el migrante se convierte en chivo expiatorio de todo. Más, si como en el caso de San Miguel, no hay mecanismos comunitarios o institucionales de mediación intercultural. El odio al diferente, en un barrio donde el malestar urbano es profundo y el tejido comunitario débil, no solo se proyecta contra los inmigrantes (paradójicamente por poblaciones que vinieron en masa como migrantes económicos). En ocasiones se puede convertir en una guerra de “todos contra todos”, mayores que no quieren que se hagan cubiertas porque sino los jóvenes “se emborrachan y lo dejan todo hecho una mierda”, contra los proyectos alternativos/ocupas “eso es un antro donde yo no sé que pasa pero no me gusta nada”, contra sectores como los comerciantes “es que qué quieren, si no se renuevan, tienen que adecuarse a los tiempos”, contra las bicicletas “que andan por la cera como si nada”, contra los niños que juegan con la pelota “porque a veces se les va y nos da miedo”, … Evidentemente no queremos poner todas estas contradicciones al mismo nivel, solo poner sobre el tapete que este malestar (pues las citadas tienen que ver en parte con la cualidad proceso urbanístico desarrollado en el barrio), en ausencia de tejido comunitario barrial de mediación/socialización e incapacidad para interpretar las condiciones estructurales (más allá de que aquel hace esto que no me gusta, y por tanto que él no lo haga) que condicionan la vida urbana, se busca al culpable en el portal de enfrente. Esto, debilita a su vez la comunidad, y progresivamente la va disolviendo, haciendo de ella una parte de la “sociedad civil”, impotente y dependiente del ayuntamiento y el poder institucional constituido.

• Sobre la tecnología. “La tecnología sirve para lo bueno y para lo malo” (Borja y Mayorga, 2018), pero si recuperamos a Castells, el momento es anterior a su utilización, pues el proceso social completo para llegar a producir la tecnología está mediado por el poder. El tema de la tecnología no se limita a que uso le demos a lo que tenemos, sino a qué tecnología necesitamos y para qué, y como reorganizamos el trabajo social para ello. En San Miguel (también), la relación con la tecnología es profundamente contradictoria, y muestra una brecha generacional, que si bien no es tan evidente como a veces se presenta, existe. Mientras se critican elementos como la lectura de matrículas por parte de una cámara que los nuevos coches de la OTA llevan incorporado (“son una churrera de multas”), o se crítica la digitalización de los trámites municipales y la reglamentación de todo (se recuerda con añoranza las épocas en el que la relación era más personal, de tu a tu con la institución y menos reglada), se aplaude la utilización de las TIC en lo que tienen que ver con el control policial (pues genera más sensación de seguridad). En muchas ocasiones, se nota que la machacona idea “tecnología=mejora” se cuela en un primer momento, pero muchas de sus implementación generan extrañeza y rechazo.

• Las trampa de la resiliencia y su vuelta: En San Miguel, también se palpa la responsabilización individualizada o colectiva (como barrio) de su situación. En muchos sectores de Irún existe el concepto de que en San Miguel hay sobre todo inmigrantes, gente tosca, poca refinación, gente pobre y poco culta. La refinación estética de clase no se respira en este barrio, y la idea de que “están ahí los que se lo merecen”, o “ese barrio es así porque la gente que lo puebla es como es”, sino mayoritaria si que tiene fuerza explicativa en algunos discursos fuera del barrio. E incluso dentro. Así, no son lo suficiente buenos y tienen lo que se merecen, también en términos de hábitat de vida. La resiliencia, en el contexto del retroceso de lo público en la regulación de la vida pública (a favor del mercado) bebe de esto, y además fomenta esta idea pero en sentido positivo “debemos adecuarnos constantemente a un mundo cambiante”. El mundo cambia es así (¡cómo no va a cambiar!), y si te tropiezas en alguno de esos cambios, la responsabilidad recaer sobre ti. Esto es muy evidente en el caso del pequeño comercio en San Miguel, pues desde le punto de vista del consumidor que se ha dejado deslumbrar por las luces del comercio transnacional, (sus ofertas, variedad, estética, formato, etc.) “el pequeño comercio no ha sabido adecuarse lo suficiente”. Lo mismo pasa con el paro. Está claro que el concepto de resiliencia está vinculado al neoliberalismo y a hacer cargar sobre los hombros de los marginalizados el peso de la injusticia. Pero la vuelta, es decir reivindicar a papá estado como respuesta monolítica simple es un error. Se debe luchar el papel del estado (supuesta síntesis política del conjunto de relaciones sociales, y gestor de lo común) en todo lo que tiene que ver con la utilización de los recursos públicos para la reproducción lo más igualitaria, justa, inclusiva y sostenible de la sociedad, y luchar contra la enajenación de lo que es de todas en favor de agentes privados. Pero, eso no quiere decir reivindicar la mediación del estado en todo el proceso. A nuestro juicio, se debe avanzar en un lógica de co-gestión real en los ámbitos posibles. Pero para ello, no basta con la “buena voluntad del estado”, deben existir comunidades articuladas a nivel territorial con capacidad de definición y gestión de agenda. En esa labor, tanto en la dimensión técnica como política de ayudar el urbanismo, el urbanista, estar dispuesto y combinar su doble papel de técnico y militante social. El proceso de articulación barrial del Plan San Miguel 2025 es un intento de poner en práctica todo ello.

3.1. Dinámicas contradictorias y constructoras en el proceso de San Miguel

En el apartado anterior, se han citado algunos elementos localizados, que desde el prisma de la justicia social caminan en direcciones opuestas. Hay malestar e identificación de los efectos negativos del actual proceso urbanizador y respuestas creativas. En este apartado rescataremos dos de las que nos parecen las más llamativas.

La primera dinámica negativa es sin duda el procesamiento de extrañamiento respecto al hábitat urbano que las propias vecinas crean. “Es la alienación urbana, el sentimiento de desposesión, de los ciudadanos. Las áreas centrales expulsan a los sectores populares o dejan que se degraden y se consideran lugares malditos, criminalizados” (Borja y Mayorga, 2018). Esta sensación es clara entre muchas personas que habitan el barrio, sensación que se acrecenta frente a la progresiva turitsificación y museización de la ciudad compacta adyacente. También se acrecienta, pues San Miguel ha sido según cuentan las vecinas un barrio en donde las redes de solidaridad y ayuda mutua entre la personas migradas a partir de los 50 ha sido muy muy densa. Los testimonios dan cuenta de un barrio obrero en el sentido clásico del término: Densamente poblada, por personas con orígenes, centros de trabajo compartidos, intereses convergentes y espacios de socialización, ocio similares. Cómo nos decía un vecino “uno antes aquí se sentía como en el pueblo, este barrio era un pueblo pequeño. Nos juntábamos los ferroviarios, comíamos todos juntos siempre en el mismo sitio… si si, y salías a tomar algo y siempre te juntabas con alguien, del trabajo o de lo que sea” [8] (Manuel). Así los rápidos cambios que está viviendo el barrio (sobre todo la nueva escala de la migración y la debacle del pequeño comercio y la bajada de la participación en asociaciones barriales) generan una sensación de extrañeza para con el territorio vivido en cambio, lo cual hace que se idealice. Por otra parte, existen proyectos, grandes proyectos en el barrio en los que el Ayuntamiento de Irún si tiene competencia directa, y para con los que no se ha contado casi nada con el barrio. Esto profundiza más la sensación de vivir en un barrio sobre el que no puedo dejar huella, no me veo reflejado en él, vivo, paso por ahí pero no lo construyo.

El segundo (unido al anterior y a muchas más cosas) es claramente la sensación de inseguridad. Un tema, en el que en el foro de participación emergió como “como el tema que nos preocupa a todos, ni parques, ni perros, ni campo de futbol… ¿has salido a las diez de la noche por aquí? Te invito a hacerlo… tráfico de todo, drogas, personas.. y gente rara, negros, moros… esto ya no es lo que era, no se puede andar tranquilo por este barrio”. Ya hemos profundizado un poco en este tema antes.

Pero lo cierto es que también se dan dinámicas de reacción en clave positiva. Allá donde hay opresión, dominación hay resistencia y respuesta. Las relaciones de poder nunca son unidireccionales. En este sentido nos parece que la dinámica de construcción del plan abre la puerta a una planificación del territorio popular, desde abajo, y desde una escala inframunicipal [9]. Más cercana a la participación y unidad comunidad vivida/espacio. Abre la puerta a establecer las bases socio-materiales para empezar la lucha por el derecho a la ciudad en condiciones. Y es que;

“El derecho a la ciudad no es un catálogo de derechos específicos que pueden obtenerse más o menos, unos sí y otros no. Los derechos son interdependientes, no se pueden ejercer unos si faltan los otros, y todo ello requiere políticas integrales y que deben imponerse a la lógica del mercado. No se trata solo de derechos estrictamente urbanos, como la vivienda, el espacio público, los equipamientos y los servicios básicos, la accesibilidad y la visibilidad, la centralidad próxima, la movilidad y la inserción en la trama urbana compacta, sino también de derechos sociales y económicos, la educación y la sanidad públicas, el empleo y la renta básica, la formación continuada y la protección social, el acceso a la cultura y al uso de las tecnologías de la información y comunicación, así como la igualdad de derechos políticos y jurídicos a todos los habitantes de la ciudad, la posibilidad real de participar en los procesos de elaboración de los programas de las instituciones políticas y en la gestión cívica o social de las entidades de gestión de interés general”
(Borja y Mayorga, 2018)

Son interdependientes, pero claro, como no estamos en posición de cambiarlo todo de golpe, se debe priorizar en la dialéctica necesidad/factibilidad y crear una agenda desde abajo que marque qué es eso del derecho a la ciudad en un territorio dado (articulando con los planteamientos globales). Cómo se operativiza y entre quienes estamos dispuestos a pelearlo. De lo contrario, sin territorialización ni sujeto, “el derecho a la ciudad” puede ser un derecho abstracto más, muy bonito en el papel o en palabras de Lefebrve o Harvey, pero inmaterializable. Así pues el Plan de Barrio, creemos es una respuesta creativa dentro del malestar urbano, que pretende generar las condiciones fundamentales para pelear por el derecho a la ciudad: Agenda concreta y sujeto territorializado en torno a ella.

 

BIBLIOGRAFÍA
Borja, J. Mayorga, M (2018). El urbanismo frente a la ciudad actual. 09/11/2018, de la UOC
Castells, M (1972). Problemas de Investigación en sociología Urbana. Madrid: SXXI 
Santos, B (2010). Descolonizar el saber, reinventar el poder. Madrid: Trilce

 

TALLERES
Foro 1 realizado el 06/11/2018 en la escuela San Vicente de Paul dentro del proceso del “Plan San Miguel_2025”. Sitio Web: https://sanmiguel2025.wordpress.com/
ENTREVISTAS
Manuel. Hombre 78 años migrado a Irún en 1964 y trabajador ferroviario toda su vida
NOTAS 
[6] Las citas que se utilizarán provienen de la sesión participativa que realizamos desde Hiritik At en el barrio de San Miguel (06/11/2018) y de entrevistas previas realizadas con agentes del barrio para preparar la sesión
[7] Puente que salva el agujero creado por la playa de vías que atraviesa Irún y la divide, pero que no tiene más de 20 metros
[8] Esto tendría que ser complementado por diversas posiciones de sujeto, entre ellas la de las mujeres de San Miguel. Puede que la dinámica comunitaria existiese, pero seguro se desarrollaba de forma diferente
[9] Profundizamos en las características de este Plan en un artículo próximo